En 1835, los seis primeros “sacerdotes de Betharram” se constituyeron en comunidad. Pero hace tiempo que el Santo pensó en ellos y sabe muy bien lo que quiere para él y para los que la Providencia le enviará. Tiene los cuarenta, pero ha madurado, nada ha perdido del impulso de su juventud, él, el hombre del aquí estoy. Tres años más tarde, pone por escrito lo esencial de su pensamiento en un texto llamado desde entonces, en razón de su importancia, el “Manifiesto”. Se podría decir que todo lo que el P. Garicoits ha escrito o enseñado después no es más que el comentario. Con el ‘Manifiesto” de 1838, estamos en el corazón y las preocupaciones espirituales del Santo y Fundador. Aquí, bebemos de la fuente misma. Se trata de una verdadera meditación, que se deja sentir en tres puntos. Del corazón del Padre, por el corazón del Hijo, al corazón de San Miguel y al nuestro… De corazón a corazón. ¿No es el amor la palabra clave de nuestra religión? ¿La historia del Santo no es una historia de amor, la más hermosa, la más dramática, con episodios como el de la caída del hombre o la muerte de un Dios en la cruz? ¿El amor? ¿No ha querido siempre San Miguel que todo se haga por amor? Exigía en los novicios al menos un germen, un comienzo de amor. “¡Si falta – añadía – no hay nada que hacer!”
1 – DEL CORAZÓN DEL PADRE
A Dios le agradó hacerse amar, y siendo como éramos sus enemigos, nos amó tanto que nos envió a su único Hijo: nos lo dio para que fuera el atractivo que nos gane al amor divino, el modelo que nos muestre las reglas del amor, y el medio para alcanzar al amor divino: el Hijo de Dios se hizo carne. En este texto fundador, todo procede del corazón de Dios que es Padre, y a quien le ha agradado hacerse amar. El amor ha impedido a Dios permanecer solo. Él hace los primeros pasos. ¡Y qué pasos! Nos envía a su Hijo, nos lo da. “Ha agrado a Dios hacerse amar” (Bossuet)… “Dios es amor”… “Dios ha amado tanto al mundo que nos ha dado a su Hijo único”… “El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros”…
2 – POR EL CORAZÓN DEL HIJO
Al entrar en el mundo, animado por el Espíritu del Padre, se entregó a todos sus designios sobre Él, se puso en el lugar de todas las víctimas: No quisiste, dijo, sacrificios y ofrendas, pero me formaste un cuerpo… Los holocaustos y las víctimas por el pecado no te agradaron; entonces dije: Aquí estoy, vengo, Dios mío, para cumplir tu voluntad. Entró en su carrera por este gran acto que será definitivo. Desde ese momento, permaneció siempre en estado de víctima, anonadado ante Dios, no haciendo nada por sí mismo, actuando siempre a través del Espíritu de Dios, constantemente entregado a los mandatos de Dios para sufrir y hacer lo que Él quisiera: Exinanivit semetipsum, factus obediens usque ad mortem, mortem autem crucis. El Santo contempla ahora el Verbo Encarnado entregándose espontáneamente y desde el primer instante a todas las voluntades del Padre para la realización de su gran proyecto de amor. Admira las profundidades y los prolongamientos de ese Ecce Venio que se convierte en su estado habitual y lo llevará hasta el sacrificio supremo. En el momento en que entra en el mundo… Disposición de Hijo, reacción espontánea, todo el Evangelio, en particular San Juan, ilustra esta actitud de Jesús; por ejemplo, con estas palabras que no se pueden olvidar: “no haciendo nada por sí mismo”, cuando se trata del que por quien todo fue hecho, de la divina Sabiduría. “El Hijo nada puede hacer por sí mismo… Hablo como mi Padre me ha enseñado…”
3 – AL CORAZÓN DE SAN MIGUEL Y AL NUESTRO
He aquí la respuesta del Santo a tal amor, a tal ejemplo. Aquí, Bossuet es olvidado: es el corazón del Santo que se expresa; un corazón herido y cuya herida se aviva aún ante la indiferencia de demasiadas almas, incluso de sacerdotes. Se entrega a su vez y, con él, nos entrega: “Así nos amó Dios”. Así nos amó Dios… Ante ese espectáculo prodigioso, los sacerdotes de Betharram se han sentido impulsados a abnegarse para imitar a Jesús anonadado y obediente, y para emplearse totalmente a procurar a los demás la misma felicidad, bajo la protección de María siempre dispuesta a cuanto Dios quiera y siempre sumisa a cuanto Dios haga. Y la frase central: “A la vista de este espectáculo prodigioso”… Ahí estamos, al fin. Ahí tenemos al mismo tiempo que nuestro ideal, nuestra acta de nacimiento. Así como la Iglesia ha nacido del lado abierto del Crucificado, nosotros hemos nacido del corazón herido de San Miguel. Como San Miguel, el betharramita será el hombre del “Aquí estoy”, del “¿Qué quieres que haga?” “¡Oh, la hermosa disposición de estar todo a la disposición de Dios!”. El betharramita está en permanente estado de ofrenda. No sólo disponible, sino entregado, consagrado, por consiguiente ya dado, abandonado por amor al buen querer divino. En permanente estado de ofrenda como el Hijo de Dios, con Él y en Él. Somos los hombres de la voluntad de Dios… Espíritu de entrega, esa entrega betharramita que se reconoce por su naturalidad. Para quien ya es dado, no hay problema. Va de sí. ¡Y no se tiene uno por un héroe! Espíritu de desprendimiento, de borrarse, de anonadamiento… “instrumentos despojados de todo, sobre todo de sí mismos”. “Yo, no cuenta” (Buzy). Se trata de “imitar a Jesús anonadado y obediente”. No tomarse en serio… “Trabajar mucho y no parecer en nada”. “Somos servidores inútiles”. Espíritu de sencillez, fruto del olvido de sí. Espíritu de discreción… “sin retraso pero sin precipitación, sin reserva pero sin desperdicio, para siempre pero sin obstinación”.
Según Joseph Mirande, SCJ